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Hay muchos tipos de drogas, muchas formas de evadirse del mundo… o mejor dicho, de evadirse del mundo que vemos, del mundo que cada cual se ha construido a su medida (que no tiene por qué corresponderse con el «mundo real»). Una medida que a veces nos asfixia por demasiado pequeña y otras nos asusta por demasiado grande.
Quizá es difícil meter a las matemáticas en el baúl de las drogas. Quizá parezca que este baúl es demasiado pequeño para contenerla. Quizá… pero sólo quizá. Al lector, si no le gustan las matemáticas y no se ha pasado horas (¿días?, ¿meses?, ¿años?) embebido en un problema matemático, quizá le resulte complicado entrever la similitud entre una droga y las matemáticas.
Lo cierto es que hay bastantes evidencias y citas de que realmente las matemáticas, entre otras tantas funciones, son un remedio más o menos eficaz para alejarnos del mundanal ruído y sus problemas. Dejo tres para que el lector se empape de ellas:
En «Pasiones, piojos, dioses… y matemáticas» (Pág. 283) leemos las siguientes Palabras de Ulam, refiriéndose a su situación y a la de otros refugiados polacos en América durante la Segunda Guerra Mundial:
En muchos casos, las matemáticas son una forma de huir de la realidad. Persiguiendo algo tan ajeno a los asuntos reales, el matemático encuentra su propio refugio monacal, su felicidad. Algunos practican las matemáticas como quien toma una droga. El ajedrez algunas veces se usa de la misma forma. Ante la infelicidad producida por los sucesos de este mundo, algunos se sumergen en una especie de mundo matemático autosuficiente. Algunos se hacen matemáticos por esta única razón, aunque uno nunca llegue a estar seguro de que sea sólo por eso, pues para muchos las matemáticas son aquello que saben hacer mejor que cualquier otra cosa.
Marcus du Sautoy, en «La música de los números primos» (Pág. 59), opina:
La estabilidad que crea la demostración matemática conduce a la auténtica inmortalidad citada por Hardy; a menudo es ésa la razón por la cual personas que están rodeadas de un mundo de inseguridades se sienten atraídas por esta disciplina. En muchos casos el mundo matemático ha ofrecido refugio a jóvenes mentes deseosas de evadirse de un mundo real que no conseguían afrontar.

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Por último, Lewis Carroll, en «Problemas de almohada«, un libro lleno de los problemas matemáticos que Lewis se planteaba y resolvía «en la mente», principalmente durante las noches, sin hacer uso siquiera de papel y lápiz, nos comenta la razón de su forma de actuar:
No es posible -esto, creo, lo admitirán todos los psicólogos- mediante un acto de la voluntad, llevar a buen término el propósito de «No pensaré en esto y aquello» […]. Pero es posible -como estoy muy agradecido de saber- llegar a la resolución «Pensaré en esto y aquello». Una vez fijada la atención en un tema así elegido, encontraréis que el asunto angustioso, que deseáis desterrar, se ve prácticamente anulado. Puede regresar de vez en cuando -como quien mira desde la puerta, por así decirlo- pero será recibido tan fríamente, y se le prestará tan poca atención, que, después de un rato dejará por completo de ser una preocupación.
Quizás pueda aventurarme, por un momento, a usar un tono más serio, y señalar que hay problemas mentales, mucho peores que una mera inquietud, para los que un absorbente tema de reflexión puede servir como remedio.
Aunque al lector le pueda sonar extraño, no estoy totalmente de acuerdo con las palabras de Lewis Carroll cuando dice que no es posible dejar de pensar en esto y aquello… Esa quizá sea nuestra «enfermedad»: los pensamientos parecen entrar y salir de nuestra cabeza a su antojo, como si nos dominaran, pero, ¿es ese nuestro estado natural?, ¿podríamos controlar de alguna manera lo que pensamos?, ¿podríamos dejar atrás los pensamientos compulsivos o dejar de pensar por un rato? Mi respuesta, categórica, es que sí.
Ahora sólo queda saber la opinión del lector; si a él o a ella también le pasa esto o no… En mi caso creo que una (quizá la principal) de las razones de que me empezaran a gustar las matemáticas es que me ayudaban a escapar del mundo de «ahí fuera» y sus «horrores». Lo que de alguna manera es una pena, ya que el huír no arregla nada y las drogas tampoco… y el mundo está ahí, lo queramos ver o no, para regalarnos su colorido… pero para ello primero hay que saber mirar correctamente. Evadirse, desde luego, nunca ha resuelto ningún problema. Ahora sí, te dejo la palabra.